miércoles, 22 de diciembre de 2010

EL NUEVO CINISMO

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Por qué será que me gusta tanto perturbar el alma del bienpensante feliz



Ahora, cuando ya de todos es sabido que los de CIU son ladrones y delincuentes, la excusa de su estúpido votante es que todos son iguales, todos roban, sin que nadie lo haya demostrado, visto u oído.
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Zapatero pactando con el lobby norteamericano el fin de la libertad en Internet y saltarse la ley española para adecuarse a los EEUU; Berlusconi destruyendo el estado de derecho para perpetuar y legalizar sus delitos; Cameron, sacrificando la educación y el bienestar de sus escolares para beneficiar al gran capital; Sarkozy dispuesto a sumar a la descendiente de Le Pen; los ayuntamientos de izquierda (de progreso, según ellos) catalanes dando coba a la xenofobia…
Mientras tanto, el casquete polar se deshiela a un ritmo tan desconocido como esperado, sin que nadie haga algo para remediarlo.
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Hace años, ya en el 2007, comentaba en Expansión sobre la crisis que se avecinaba, muy distinta a la financiera; en el 2008 lo hacía con mi amigo Sebas, un comandante de la armada.
Curioso que un comandante de la armada y un diseñador y empresario del mundo de la moda vieran con tanta claridad la actual depresión, mientras nuestros políticos y una parte de nuestros economistas, precisamente los que se dedican a hacer que el dinero corra, no se enteraran.
Ahora discuto con más o menos fortuna en Nada es Gratis y el Sueño de Jardiel. El uno, de FEDEA, parece anclado en la desesperante inactividad y en la ilógica del desatino, divagando sobre cómo un estado debe joder a quien lo mantiene y alimentar a quien lo exprime. El otro, del sabio Manuel Conthe, quien parece estar haciendo oposiciones por si le llaman a salvar el tinglado. A saber, no dice nada que pueda alterar su subida en el escalafón.
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El futuro se llama China, Brasil y poco más; el futuro es una serie de guerras de desgaste, tan terribles como sangrientas; el aislamiento de Norteamérica y su final como potencia predominante, cuyos últimos coletazos acarrearán miseria y muerte; y la ruina de Europa, en cuyas calles se podrá ver miseria.
Paralelamente, en diez años el cambio climático transformará enormes zonas de cultivo, donde viven cientos de millones de personas, en tierras insalubres anegadas por un mar contaminado con metales pesados. Asistiremos a grandes migraciones como nunca se hayan visto, países enteros desaparecerán. Mientras el congreso norteamericano y el consejo chino, discutirán sobre la oportunidad  de dar carácter oficial a dicho cambio climático, como si dependiera de eso su existencia.
En los próximos diez años, internet habrá sido censurado y solo se podrá utilizar a partir de corredores aprobados. En algunos países se analizará el correo privado, al principio con la excusa de perseguir el terrorismo, sin que sus practicantes caigan en la idiotez de utilizarlo. Para ello se buscarán las correspondientes cabezas de turco, a poder ser entre los más rebeldes y marginados.
En el mal llamado mundo libre, todos los gobiernos afilan sus armas y ultiman sus proyectos legislativos para que la cosa termine así, poco a poco pero sin freno. Se buscan y se analizan las posibles víctimas, siempre entre los más indefensos, primero los inmigrantes sin papeles, a los que se les llamará incívicos; después sus descendientes, previamente aislados y apartados de la enseñanza y la sanidad, para, después, poder expulsarlos por falta de integración. Se les analizará hasta encontrar un vínculo con alguna clase de delito, con algaradas provocadas por su desesperación. Al principio serán cien, doscientos; después sus amigos, conocidos, familias; más adelante todo el colectivo. Serán expulsados, encarcelados o dispuestos en campos, para que la gente pueda dormir tranquila. Y la ley ya estará hecha y la población acostumbrada a obedecerla y pasar por el tamiz de la censura y de la represión.
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Hace muchos años, cuando luchábamos contra la dictadura, la mayoría, esa que vota a CIU, al PP y algunos de los que siguen al PSOE, clamaban contra nosotros, esos jóvenes que desordenan, que afectan la economía, que espantan a la clientela y no nos dejan dormir tranquilos, que constantemente nos recuerdan que vivimos en una dictadura. Y cuando les preguntábamos, miraban para los lados y decían: yo no me meto en política.
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Cuando nos encontramos con un problema social, un error matemático, un accidente de aviación, una enfermedad… cualquier cosa que rompa o altere la buena marcha de la vida, el hombre busca su solución, primero para salir del entuerto, después para no caer más en él.
En este momento nos encontramos con la crisis más grave de la sociedad moderna, como predijimos hace tres años, igual o peor que la del 29. La mayoría de nuestros economistas le dan un plazo sin argumentarlo, que va alargándose a medida que se acerca sin que nada dé a entender su final. Todos sabemos, desde el pastor más aislado de la comarca más deshabitada, hasta el director del banco de España, cuál ha sido el problema; sin embargo, no hay intención de solucionarlo, ni siquiera legislar para que no vuelva a ocurrir. En cambio, se busca desesperadamente el medio de pagarlo entre los que pueden solucionarlo, asfixiándolos y limitando su margen de maniobra. Las nuevas tecnologías, la sanidad, la investigación y las fuentes de energía alternativa… todo aquello que se contemplaba en la famosa ley de economía sostenible, han sido sacrificados, excepto lo único que se mantiene y por lo que, como avisé en su día, fue creada: la ley Sinde.


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