martes, 30 de diciembre de 2014

ENTRE LA ILUSIÓN Y LA DECEPCIÓN


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Lo reconozco, fui uno de los defensores de la entrada de España en el Euro; y ahora o, mejor, desde hace bastantes años, debo confesar que lo lamento. Entonces carecía de la información y de los estudios necesarios para decidir mi postura, aparte de haberme dejado llevar por la ilusión y por las explicaciones de mis amigos, supuestamente más preparados que yo.
Lo que ahora me pregunto es en lo que pensaban nuestros gobernantes económicos, para, con la información que disponían, aceptar semejante acuerdo.
De lo que sí estuve en contra, es de los acuerdos para la entrada de España en la UE. Recuerdo perfectamente que predije el desastre, la desindustrialización que representaría y el descalabro de nuestra economía agraria, a cambio de unas limosnas que, ahora descubrimos, solo sirvieron para convertir España en un país de servicios baratos. Por entonces yo entendía más de economía productiva que financiera, y me horrorizaba escuchar y leer sobre las bondades de un acuerdo, que ha llevado a España a la cola del mundo desarrollado y camino del tercero.

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Ahora hablamos de consultas ciudadanas, de las que como pirata soy un ferviente defensor. Y por supuesto que las haremos, pero si no preguntamos por cosas que afectan la víscera del ciudadano, tal como a qué sinvergüenza hemos de seguir, qué equipo de fútbol debería ganar la liga o si hay que declarar un nuevo día festivo, pocos van a participar.
Nosotros preguntaremos por las cosas que realmente afectan a las personas en su vida, como la manera de defender la sanidad y la educación públicas, cómo promover la cultura o cómo podemos llevar la electricidad a los hogares sin recursos; pero me temo que la participación no sobrepase el 15% y a veces el 10%, aunque luego esa misma ciudadanía nos salude y felicite por la calle.

Una parte de la ciudadanía confunde los derechos humanos, con su derecho a hacer lo que le viene en gana.

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Es triste ver a una gente sana, con ideas y ganas de generar ilusión, ser arrastrada por la estrategia obsesiva de un partido político, a unas posiciones completamente extrañas y decimonónicas. 
Es triste ver cómo un grupo de gente, que podría mejorar su ciudad, hacerla más participativa y abierta, prefiere seguir la estrategia bastarda de un partido y sus intereses electorales.


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