sábado, 10 de mayo de 2014

POWER AND DATA


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Nos creemos a salvo de los intereses de unos pocos o quizá de muchos, de grandes corporaciones que pretenden vender un servicio para la comunidad: la comunicación. El sistema promulga leyes para defendernos, principalmente nuestra privacidad, pero de inmediato aprueban otras, a veces solapadamente, para vulnerarla siempre que lo cree conveniente.
¿Conveniente para quién?
Nos dicen para la justicia, pero tras el 11S lo son para la seguridad, cuando en realidad no sirven para eso sino para controlar cualquier desviación social que se interponga en su camino.
¿El de quién? El de unos grupos que se creen con el poder suficiente para decidir lo que nos conviene, qué películas podemos ver, con quién y de qué podemos hablar.

Si usted se acerca a Alcalá de Henares podrá apreciar una mega construcción con altos muros de cemento armado, rodeado de vallas y alambradas, custodiada por agentes armados. No se preocupe, es una prisión de alta seguridad. Solo debe temerla si hace cualquier cosa que el poder político considera delito. Si por contra pasa por La Roca del Vallés, también podrá apreciar una construcción de parecido cuño y con la misma utilidad. Sus instalaciones interiores son más sencillas de lo que cabría esperar por su visión externa, allí la gente no vive tan mal, incluso es posible que mejor que muchos de los desahuciados que pueblan nuestras ciudades. En ellas podrá encontrar gimnasio, biblioteca, pistas deportivas, salas de televisión y confortables camas en espacios sin goteras. Y si por casualidad pasa cerca de un centro de internamiento para extranjeros, verá que las rejas son más altas y siempre están patrulladas por guardias armados con perros adiestrados. Allí, aunque sus presos no hayan delinquido, no encontrará una enfermería en condiciones, sala de televisión, biblioteca y un campo deportivo. En esos centros los derechos humanos no existen, nada ampara a sus hacinados prisioneros, ni siquiera lo más esencial, porque son anónimos y no existen para la sociedad.

Pero nada comparado con las edificaciones donde los gobiernos y las corporaciones guardan los datos de la ciudadanía. Si usted por casualidad tropieza con una megacontrucción blindada en pleno desierto de Utah, rodeada de altos muros de hormigón y soldados armados patrullando a su alrededor, no se confunda, no es una cárcel de alta seguridad ni un centro de internamiento para los inmigrantes que pretenden entrar en el país. Solo es la que construye la Agencia Nacional de Seguridad Americana, tristemente conocida por NSA, para almacenar, procesar y analizar los datos de todos los habitantes del globo. Allí todo lo que usted hace será almacenado y controlado; desde la conversación más íntima, hasta el pasaje de avión que ha comprado para viajar a Cuba; lo que usted escribe en sus ratos de ocio y envía a sus amigos o esa foto que mandó por Wassap a su hermana. Todo lo que adquiera con su tarjeta o dejando su DNI, desde un billete de Metro hasta la cuenta del restaurante donde comió con su querida. También, se supone, quedarán almacenadas las fotografías o vídeos que usted haya hecho o alguien haya colgado en la red. Su fotografía será analizada y procesada para extraer los parámetros de su cara, por si un día hay que cotejarlos y así dilucidar con quién se ha reunido, si sus amistades son las adecuadas. Y en el caso que usted tenga alguna inquietud política, que no entre en lo que el régimen considera aceptable, usted será vigilado y sus conversaciones grabadas, para, llegado el caso, redirigirlo hacia el buen camino.


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