sábado, 15 de agosto de 2015

LA IMPOSIBLE CONCILIACIÓN


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Hace años, cuando Maragall propuso el nuevo estatuto de autonomía catalán, con el consiguiente rechazo y boicot a Catalunya, auspiciados sin niguna vergüenza por el PP y el gobierno de Aznar, expliqué que tarde o temprano, tanto descerebramiento y fascismo llevaría a la rotura de la nación. Algunos de mis actuales lectores, aparte de los foros económicos de Expansión, pueden corroborar lo que digo. Tiempo después Andalucía promulgó su estatuto, idéntico por cierto al catalán, aprobado por los mismos que siguieron censurando al mismo. Por entonces incluso se escucharon insultos a Catalunya, por parte de prohombres del PP y de los medios afines a él, es decir el Mundo, ABC y la Razón. Javier Arenas fue uno de ellos. Creo que este señor llegó a excusar la aprobación del estatuto andaluz por ser Andalucía más leal al Estado.
El boicot hizo recapacitar a la clase empresarial catalana y le obligó a buscar otros mercados más
estables, también afectó a los sindicatos, que, sorprendidos y avergonzados, tuvieron que soportar que algunos de sus compañeros españoles, discutieran en sus sedes la oportunidad e incluso apoyaran el boicot. Pero para la ciudadanía catalana, lo peor y más sangrante fue ver cómo más de nueve millones y medio de ciudadanos refrendaban el boicot y los insultos, al volver a apoyar al PP en las elecciones del 2004. En realidad todos sabíamos que, de no haber sido por la nefasta gestión del PP tras los atentados del 11M, más parecida a la de una república bananera que a la de un estado europeo, habría vuelto a gobernar con comodidad. La ciudadanía catalana fue consciente que el PP no perdió por los desprecios a su país sino por la misma cobardía de la ciudadanía española, atemorizada porque su política asesina en Irak le estaba saliendo cara. De hecho esa ciudadanía ni siquiera dejó de votarle por su política asesina o haberle mentido para entrar en la guerra. Todo eso ya le estaba bien, si a cambio podía mantener el precio de la gasolina.

Recuerdo que hace muchos años, tras la Transición, los sondeos mostraban un independentismo en retroceso, que apenas sobrepasaba el 20%. Hoy, treinta y cinco años más tarde, más del 40% de los catalanes desean la independencia, cerca de un 20% la desaprueban, y al resto le importa un pimiento ser español. Da lo mismo su procedencia, es más, creo que hay más independentismo entre los castellanoparlantes, que entre los
mismos catalanoparlantes, más acostumbrados esos a contemporizar, y que no tienen que soportar que les insulten obsesivamente, como a sus vecinos cuando visitan a sus antiguos familiares del pueblo. Al menos esa es mi percepción tras hablar con cientos de personas en la ciudad más castellanoparlante de Catalunya.

El resultado de una política determinada no sale a la luz hasta pasados unos cuantos años, muchos más de los que la mayoría puede imaginar. El efecto del mayo del 68 no pudo verse hasta mediados de los setenta. El de la revuelta del 15M no la veremos hasta el 2020 o 30. El resultado del autoritarismo fascista de Aznar y su gobierno saldrá a la luz hasta dentro de cinco o seis años, ocho a lo sumo. Los actuales y futuros votantes del PP y los que no votan porque ya les está bien lo que hay, poco tendrán que ver. Mientras sus padres votaron un partido fascista, ellos solo lo hacen a un grupo de mafiosos y ladrones. La irresponsabilidad de sus padres y de los que entonces prefirieron quejarse, sin siquiera involucrarse votando, será pagada por todos. El que hoy voten a un grupo mafioso afectará a sus hijos o a los hijos de sus hijos, a ellos no porque seguramente ya les está bien.

No sé cómo lo ven ustedes, pero yo lo tengo muy claro.
Aun siendo un recalcitrante antinacionalista, soy uno de los que se abstendrán en un próximo referéndum por la independencia; aunque por mi talante y mi ideología dejaré la salud y la vida, de ser necesario, para que la ciudadanía pueda decidir lo que más le convenga.

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