miércoles, 19 de noviembre de 2014

"YA NADA SERÁ COMO ANTES"


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Al irme de la plaza, aún con la alegría de mis amigos músicos como fondo, hice un compendio de todo lo visto y vivido durante esas pocas horas que, día tras día, el trabajo y la familia me habían prestado.
Como era de esperar, no solo había percibido una sensibilidad sino muchas. Algunas ceñidas a dogmatismos, otras preocupadas por sentirse partícipes de un grupo; y muchas de individuales, aisladas de lo que se cocía entre los bastidores de las muchas ideologías concentradas, apiñadas y demasiadas veces sumidas en el desconcierto. Había de todo, pero quien más gobernaba era el dogmatismo, que es quien grita más y lo que suele ocurrir cuando nada importa demasiado, que intentaba por todos los medios apoderarse del movimiento, principalmente el de la izquierda más visceral y leninista, y el nacionalismo excluyente.
Hoy de todo aquello quedan los residuos, que para mantener viva la llama han buscado el apoyo de algunas formaciones políticas, las más afines a un proyecto asambleario, o han creado algunas de nuevas, o asociaciones cívicas encerradas en sí mismas. Unos cuantos han creado su nido formando grupos izquierdistas muy viscerales y leninistas, que promueven una solución radical que comporta la eliminación de los partidos políticos; otros han buscado el amparo de partidos asamblearios, de viejo cuño o recién formados; y un grupo más transigente, que aspira a otra manera de gobierno en la que no caben los partidos políticos, pero reconoce que necesita un período de transición para poder absorberlos o transformarlos.
Los partidos políticos no han muerto, sin embargo, con la implantación de las nuevas herramientas de comunicación y de participación, tienen los años contados. La democracia, sea directa o líquida, suplirá los partidos tal como ahora los conocemos, pero se necesita tiempo, aún más en un país como el nuestro. Hasta que llegue este momento los partidos deben servir para enriquecer ideológicamente y para organizar todas las individualidades con el cuidado de no absorberlas.
El futuro es incierto, las sensibilidades se rozan y a veces se entremezclan y confunden. No existe la suficiente cohesión y, por contra, reina el desorden y la desconfianza.
En caso que las nuevas formaciones o coaliciones triunfaran electoralmente, fracasarían en su gobierno, cosa que ya se respira antes de haberse formado, y se perdería más de una generación para recrear las condiciones, treinta o cuarenta años. Para las formaciones tradicionales, esas que no consideran la función pública como herramienta para la ciudadanía sino para satisfacer sus deseos ideológicos, eso es agua bendita, volverían con renovadas fuerzas de autoritarismo, mostrando complacencia por la destrucción del asamblearismo.

Momentos antes de editar este artículo estaba hablando con un amigo y compañero pirata, confesándonos mutuamente que si finalmente confluimos, será por la fuerza y sin la suficiente preparación. Gobernar así solo puede tener un mal final, tanto para la ciudadanía como para los que luchamos por su bienestar, de modo que lo mejor que podría pasar es perder, aunque por poco, y quedarnos en la oposición.

 
Sigo pensando que los gobernantes, que también es extrapolable a la clase política, son el espejo de la ciudadanía. Y nosotros somos parte de esta clase política, tanto si estamos en un partido como fuera de él. Nuestra ciudadanía no está preparada para autogobernarse, primero debe ser adiestrada para ello y convencida que puede hacerlo, que es capaz de empoderarse. Nosotros no somos ajenos a sus carencias y, a la vez, somos incapaces de aceptar el consejo de quien ya ha gobernado.

No hay peor idiota que aquel que se cierra en sus ideas, que se cree poseedor de la verdad absoluta.
A mis compañeros de viaje les diría que todas las barreras son franqueables, excepto las que uno mismo pone en su camino.

En todo caso, gobierne quien gobierne ya nada será como antes, nunca más podrá hacerse como hasta ahora. Y eso solo tiene un significado: pase lo que pase el 15M ha cambiado las reglas del juego.

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miércoles, 5 de noviembre de 2014

¿DEMOCRACIA DIRECTA O LÍQUIDA?


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¿Democracia directa o democracia líquida?
Los más puristas dirían que la directa, los más prácticos la líquida. Yo prefiero la primera.
¿Por qué tengo que delegar mi voto a alguien?
Eso es provocar el clientelismo, la vuelta a la actual democracia, que ha desaparecido entre una nube de delegaciones y subdelegaciones que nadie entiende.
¿Qué mejor que llegar a la suficiente madurez democrática?
¿Por qué debo delegar el voto a quien solo comparto una cierta empatía?
¿No es mejor inmiscuirte o participar exclusivamente en lo que entiendes o te crees experto?
El mejor trato es preguntar a todos por todo, y el mejor resultado es que respondan los que entienden sobre la pregunta.
¿Quién mejor que un transportista o un taxista, para hablar o decidir sobre un semáforo? El día que me pregunten por él, preferiré no provocar confusión en un tema completamente extraño para mi.

Tomo, como muchos martes, una cerveza con mis amigos. Me hablan del gobierno, de la consulta y de democracia.
-¿Consulta? ¿Qué consulta?
Una pantomima que no representa a nadie, que no ha sido explicada ni contrastada, que ni siquiera mantiene un mínimo de imparcialidad. Eso es, para ellos, una consulta democrática.
Se burlan de mi porque según ellos votaré en blanco.
-No, esta vez ni eso. Yo no voto para dar gusto a unos partidos políticos que solo pretenden salvar su culo.
Pero ya no explico mi postura. Para qué si nunca entenderán alguien que no cree en naciones, banderas y fronteras. ¿Cómo voy a votar si ya ni participo de las preguntas?
Respeto el voto e incluso lo defiendo. Al contrario que ellos, dejo mi piel, mi tiempo y gran parte de mi futuro para que ellos puedan votar, y no solo un futuro que no me conmueve ni me interesa sino todo.

Pretendo hablar de democracia sabiendo que pocos entienden su significado. ¿Cómo puedo explicar a mis amigos la diferencia entre democracia directa y líquida, si ya no puedo entablar una conversación sobre la más simple?
Los piratas estamos en otro mundo y no queda más remedio que aceptarlo. No podemos, es imposible, hablar de nuestra democracia a quien ni siquiera le preocupa o entiende la más común de ellas, la ficticia.
Y no puedo más que pensar en los compañeros que he dejado un rato antes, con los que hablaba de cómo promover nuestras ideas entre los pequeños comerciantes de los barrios, de saber de sus problemas y cómo solucionarlos, de preguntarles por las penalidades que pasa su clientela.
Sin duda eso sí es hacer política, el resto es mierda.

¿Y los piratas? ¿Dónde están los piratas?
Unos divagando y otros luchando en algo que la mayoría no entiende ni le importa, la cultura libre, la Declaración Universal de los Derechos Humanos y qué modelo de democracia es mejor, si la directa o la líquida.
Evidentemente, estamos muy lejos de la sociedad y de sus problemas.
¿Cómo podemos hablar de cultura libre, a unos tipos que la confunden con descargarse música barata o películas porno sin pagar a sus creadores?
¿Cómo podemos hablar de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, a una gente que votó un Estatut de autonomía y una Constitución sin habérselos leído?
¿Cómo podemos hablar de democracia directa o líquida, a una gente que vota sin saber quién es su representante, sin estudiar lo que piensa y defiende realmente?

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