lunes, 29 de julio de 2019

SOBRE EL GREEN NEW DEAL



Hoy me permitiré hacer un copia/pega de un artículo de Pirates Verds, escrito por mí. En la web está dividido en dos partes o cuerpos, en este blog los uniré porque, si bien están diferenciados, están escritos para ser leídos conjuntamente.
Por cierto, esta entrada la dedico a mi amiga Gatopardo, a quien se lo debo.







De un tiempo a esta parte se habla mucho del Green New Deal. Dejando de lado la autoría del nombre, podemos decir que se inspira en el famoso y tan vilipendiado como celebrado New Deal, de Franklin Delano Roosevelt.
Cabe recordar que uno de los programas del New Deal fue el Civilian Conservation Corps, (Cuerpo Civil de Protección Medioambiental), dedicado a la repoblación forestal para combatir el Dust Bowl, provocado por la constante desertificación del Medio Oeste norteamericano. Para que nos demos una idea de la magnitud del programa, Roosevelt consiguió que se aprobara el 31 de marzo de 1933, y el 1 de julio de 1933 ya había 1.463 campos de trabajo, con 250.000 jóvenes en paro, 25.000 adultos, 28.000 veteranos y 14.000 indios americanos. La tarea de organización y reclutamiento se le encomendó al ejército, que posteriormente supo aprovecharla para crear y entrenar en un tiempo récord el enorme y eficiente ejército que luchó en Europa y el Pacífico.
En los EEUU se han ido creando algunas organizaciones inspiradas en el Civilian Conservation Corps”, pero quizá la más importante sea The Sea Ranger Service, radicada en Holanda, que en combinación con el gobierno de esta nación se dedica a resguardar y recuperar los fondos marinos y su ecosistema.

El New Deal de Roosvelt no cambió el sistema económico mundial, pero sí que lo humanizó y democratizó desde un sistema exclusivamente capitalista, consiguiendo que toda la sociedad se beneficiase de él, potenciando los derechos y las libertades del ser humano. No podemos decir que fuera un éxito económico como tal, de hecho el pleno empleo no se produjo hasta la entrada de los EEUU en la Segunda Guerra Mundial.
No sabemos qué habría pasado si Roosvelt hubiera podido desarrollar
su proyecto sin los constantes boicots e impedimentos por parte del mundo empresarial, y los recortes y prohibiciones de la Corte Suprema de los EEUU, que limitaba cualquier proyecto de protección hacia los trabajadores o algunas de las inversiones en infraestructuras, que podían competir con la clase empresarial. En 1939 la economía todavía no había llegado al nivel de los 20, la oposición de los círculos empresariales al New Deal y sus intentos de obstaculizar el proceso, se tradujo en una caída de la inversión privada que la pública no pudo compensar.
El resultado exitoso de la economía de guerra lanzada en 1941, nos da a entender que el New Deal habría sacado a los EEUU y gran parte del mundo de la gran depresión. Crear una economía de guerra no deja de ser levantar un país a través de su material más importante, el humano, para sobrevivir por encima de todo; y ahora nos encontramos ante una situación parecida, solo que esta vez nos ha de servir para sobrevivir como sociedad y quizá como civilización.

El Green New Deal nació de una propuesta de Van Jones, ex Consejero Especial para empleos verdes, empresa e innovación de Barack Obama, que impulsó inversiones verdes por todo el país, con nuevas infraestructuras, industrias y, sobre todo, investigación; del Centro Europeo de Energía; y ahora de Alexandria Ocasio-Cortez entre muchos otros.
Los fracasos y aciertos del New Deal nos enseñan cómo afrontar el nuevo desafío, si realmente podemos y debemos afrontarlo.
Por supuesto, el primer problema que debemos afrontar es el político.
Las sociedades norteamericana y europea no son las mismas ahora que en los años treinta. Entonces a nadie se le ocurriría elegir a unos políticos negacionistas o que viven de espaldas a la ciencia empírica; ahora, sin embargo, podemos encontrarnos con una clase política dominante que niega la realidad. El ejemplo lo tenemos ahora mismo en los EEUU o Italia, pero también a la puerta de gobernar en muchos otros lugares, como la misma España (recordemos al Partido Popular y el primo de Rajoy).
 
Alexandria Ocasio-Cortez no es ni de lejos Roosvelt, no por sus capacidades, que aún ha de demostrar, sino porque el segundo gobernó los EEUU durante tres legislaturas con comodidad electoral, aunque con casi todo el aparato empresarial y los economistas de la Escuela Austríaca de los años 30 en contra.Friedrich Hayek y parte de la Escuela Austriaca, criticaron duramente al New Deal, curiosamente en lo referente a su concepto de libertad, que consideraban engañosa. Sin embargo, el laureado Nobel apoyó sin ningún prejuicio las dictaduras chilena, portuguesa y argentina, y al Apertheid sudafricano, declarando: “Mi preferencia personal se inclina a una dictadura liberal y no a un gobierno democrático, donde todo liberalismo esté ausente”. Curiosamente el liberalismo que defendían esas dictaduras no era real sino igual de falso que el de Hayek y parte de la nueva Escuela Austríaca (no confundamos a Hayek con Ludwing von Mises, creador de dicha escuela), puesto que sus legislaciones económicas estaban diseñadas para defender a un reducido grupo de personas, expulsando al resto de los supuestos beneficios liberales.

El Green New Deal trata de crear gran cantidad de empleo de calidad, fomentando una reindustrialización de características verdes. El nombre deviene por su gran parecido a la política del Presidente Roosvelt, es decir disponer de una parte del presupuesto, en este caso norteamericano y europeo, para la creación de una gran red de nuevas infraestructuras. La revista Stern (también ver) estima que combatir el Cambio Climático nos puede costar el 1% del PIB anual, mientras que de no combatirlo este coste podría representar el 7% y hasta el 20% si añadimos el coste humano por la pérdida de salud y de biodiversidad. El Centro de Estudios Re-Define valora la necesidad, solo en Europa, en el 2% del PIB, que conseguiría disminuir en un 30% la emisión de gases invernadero.
Por desgracia el ser humano se enfrenta a un problema desconocido, no existe experiencia a una subida de los gases invernadero de la actual magnitud, pero lo que sí sabemos es que sus efectos no son inmediatos sino que devendrán durante los próximos 30 años. Es decir, que los efectos de lo que actualmente ya está en la atmósfera, aproximadamente 430 Ppm de CO2, aunque ya los estemos experimentando con una subida de 0,5º Celsius, el efecto total lo apreciaremos 30 años, con una subida aproximada de 2,75º, Y los 550 Ppm de CO2 previstos para el 2050 representará una subida de casi 4º. La subida del nivel del mar es igual de inevitable y podría ser de entre uno y dos metros, es decir la desaparición de los grandes deltas que alimentan a miles de millones de seres humanos. La desaparición de los glaciares significará una caída en la disponibilidad de agua dulce en muchos lugares del planeta. El frío ya no retendrá el agua en las altas montañas, por lo que se deslizará de manera torrencial en caso que no se reduzca la cantidad de lluvia.
Estas previsiones, junto a algunas más, son las más estudiadas y seguras. Lo que no podemos es predecir cuántas especies desaparecerán, en qué lugares lloverá más o menos o hasta qué nivel el hielo de Groenlandia y de la Antártida colapsarán.
Ahora bien, no olvidemos que la previsión de 550 Ppm de CO2 para el año 2050 parece o es inevitable. Los cambios necesarios para frenar el aumento hasta esta cifra no son posibles, al menos a tan corto plazo.
El desafío no termina, por tanto, en cómo invertir, qué políticas hemos de seguir y de dónde hemos de extraer la cantidad de dinero para desarrollar el Green New Deal, sino también cómo hemos de gestionar, si es que podemos hacerlo, la desaparición de millones de hectáreas de cultivo por la subida del nivel del mar, el aumento de la desertificación, la extinción de numerosas especies indispensables para el equilibrio ecológico y el traslado de cientos de millones de personas.

Dicho esto, no podemos entender ni compartir el resultado de esos estudios, que hablan de la necesidad de invertir entre el 1 o el 2% del PIB, o de la previsible caída del 7% en caso de no afrontar los cambios. Nadie puede valorar el porcentaje necesario con un índice de base que depende de factores tan diversos, como el aumento de precio de los alimentos, del suelo, de la especulación y a veces de la crisis (se da la paradoja que el Banco de España ha de subir sus expectativas de crecimiento gracias a la actual caída económica), pero nunca de la riqueza real de una sociedad.
El cambio de paradigma económico es tan inevitable como el mismo cambio climático, y será consecuencia de este. Lo llamaremos Green New Deal o de otro modo, pero no podemos predecir la dirección exacta que tomará, que dependerá de los gobiernos y de los grupos de presión por un lado, y la concienciación y la movilización ciudadana. Un cambio de paradigma económico de esta envergadura solo puede darse con un pacto político y social en todos los países del planeta. Y a partir de unas mayorías cultas y socialmente avanzadas. Por supuesto, no en un mundo gobernado por negacionistas de cualquier signo político.





El científico sueco Svante Arrhenius, en 1896 ya predijo el calentamiento global por las emisiones de CO₂

Según la Green European Foundation, se estima que en Europa el Green New Deal podría costar entre 150.000 y 250.000 millones de euros, creemos que anuales, con lo que se conseguiría reducir el 20% de las emisiones de CO₂ a la atmósfera, aumentando también la eficiencia energética y las energías renovables. Buena parte de este dinero sería destinado a la construcción, para mejorar o renovar tanto los edificios como las infraestructuras, además de la construcción de sistemas para la producción de energía. Por supuesto, no podemos considerar todo este capital, pequeño e insuficiente para resolver el grave problema del cambio climático, como un mero gasto sino como una inversión de rendimiento inmediato parte de ella, por el descenso del desempleo que representaría además del ahorro energético. La riqueza que generaría es incuestionable, mucha más que la inversión requerida. A eso le hemos de sumar la inversión privada, paralizada actualmente, que generaría riqueza añadida y de elevada calidad, ya que esta se adapta al capital humano disponible, o en caso necesario lo crearía.

La izquierda europea, sin embargo, propone medidas más drásticas y una mayor inversión, que podría cuantificarse entre los 250.000 y 350.000 millones de euros al año. Este dinero se dividiría en dos grupos de inversión, el de investigación y desarrollo para las empresas que producen tecnología, y el de la implementación de dicha tecnología. Y serviría para reducir la factura energética en unos 300.000 millones de euros, además de generar exportaciones por valor de unos 25.000 millones de euros en tecnología limpia, aparte de la misma Green European Foundation, la creación de seis millones de puestos de trabajo y de la riqueza que le acompaña.

En los años treinta, el gobierno norteamericano se encontró con una sociedad endeudada y con poca liquidez, pero no así la hacienda pública, que pudo poner en marcha la máquina de hacer billetes. Ahora nos encontramos con una sociedad muy endeudada, incluida la banca y los mismos gobiernos. La deuda de los estados que más pueden aportar para un posible Geen New Deal actualmente es impagable, sin embargo, el dinero existe y mucho más del que se necesitaría, y está circulando muy lentamente y con mucha incertidumbre, en manos de fondos de pensión, bancos y sociedades de crédito a las que nadie pide dinero, y a un interés casi siempre negativo. Dependiendo la ideología de quien gobierne, este dinero puede volver a manos de los estados, o legislando convenientemente puede servir para financiar sobradamente el Green New Deal. Para conseguirlo solo se necesita voluntad política, olvidando ciertas dependencias económicas o parentescos de clase.
Y tal como el cambio climático no entiende de colores políticos ni de banderas, tampoco tiene fronteras. Su afectación y los problemas que conlleva son planetarios, es decir, que no vale resolverlo solo en Europa y los EEUU, olvidando al resto; como tampoco cambiar los modelos productivos del primer mundo, pero no los de consumo. El traspaso de una economía consumista a una austera, de una contaminante a una verde, actualmente no puede hacerse solo desde los gobiernos sino con la complicidad y la colaboración de las sociedades que los eligen.

 Hace un par de años, cuando en una ponencia sobre ecología y sostenibilidad nos preguntaron por el programa de un partido, catalogado equivocadamente como antisitema y anticapitalista, respondimos que era perfecto, quizá el único sostenible al 100%, el problema es que para llevarlo a la práctica sobramos 6.000 de los 7.500 millones que actualmente poblamos el planeta. Y no es difícil demostrarlo, de hecho lo tenemos frente a nosotros. James Lovelok, ahora con 100 años recién cumplidos, nos lo explica en su libro “La venganza de la Tierra”, cuyo título original es “The Revenge of Gaia”.
Uno de los problemas más graves que tenemos es cómo gestionar la globalización, es decir conseguir que los 6.000 millones que ahora mismo están haciendo cola para entrar en el mundo consumista, lo hagan de una manera sostenible. Y esa sociedad que está a la espera, parte de ella ya irrumpiendo en el consumo, se mantiene gracias al plástico y carece de la capacidad de procesarlo; y se desplaza con motores de deshecho del primer mundo, que se deshace de ellos por contaminantes, enviándolos al tercer mundo a través de programas de ayuda.
Esos 6.000 millones utilizan el plástico para todo, desde ir a buscar agua, empaquetar y guardar los alimentos de manera más o menos segura, para calzar y para vestir. De hecho, si entramos en una vivienda del mundo en desarrollo, encontraremos más plástico que en cualquiera del desarrollado; y si paseamos por cualquier calle, pueblo o campo de las zonas menos desarrolladas, lo veremos en pequeños pedazos de tuberías rotas, bolsas, botellas, alpargatas y hasta ropa, en una cantidad tan inimaginable como horrorosa e irreciclable.
En cuanto al gasóleo, ¿quién no se ha sorprendido al encontrar en esos países, los viejos autobuses, camiones, taxis y hasta maquinas de ferrocarril y barcos, que antes veía en las calles, vías férreas, ríos y puertos europeos?
Actualmente el planeta no puede ofrecer suficiente materia prima, para ni siquiera dar satisfacción a los aproximadamente 1.500 millones de seres humanos que han entrado en la economía consumista. Por lo cual una de las primeras medidas que se tendrían que tomar, es reducir el número de seres humanos que lo habitamos con una política de austeridad reproductiva, al menos hasta no descubrir o generar los recursos suficientes sin sacrificar el equilibrio del planeta. El cambio climático es inevitable, así como la desaparición o extinción de buena parte de los seres humanos; ahora bien, lo que Lovelok y el resto de científicos sin miedo no explican es que está en nuestras manos decidir cómo hacerlo, es decir cómo limitar y reducir el número de seres humanos que hoy poblamos el planeta.

En Europa el problema es trasladar este cambio de paradigma económico y de desarrollo al ámbito estatal, regional y hasta local.
Sin una unión fiscal y presupuestaria real, es imposible que se den las condiciones para que todos los países participen con el mismo interés. Y, de haberlas, la existencia de los distintos bancos centrales se hace inútil, además de contraproducente. Es imprescindible centralizar la investigación en una entidad supranacional, con autoridad para supervisar los distintos centros de investigación, sean estatales, universitarios o privados, y para administrar los recursos públicos que puedan recibir. Del mismo modo se tendría que crear otra para la energía, con los misma autoridad sobre las empresas públicas y privadas.
Recordemos que la UE ya tiene un Comisario de Energía y Clima, Arias Cañete, que curiosamente es licenciado en derecho, sin ningún estudio sobre economía o medio ambiente, y con intereses en empresas petroleras.
A todo esto sería necesario sumarle la unificación de todas las regulaciones sobre los medios de transporte de personas y de mercancías, y sobre la producción y reciclaje de productos industriales. Las de urbanismo, turismo y todas las que puedan afectar la estrategia política europea sobre el cambio climático.

 Por desgracia el ser humano tiende a utilizar medios sin entrar a valorar su capacidad de contaminación o el perjuicio que pueden causar a las generaciones futuras, con la convicción que serán esas las que solucionarán el problema gracias a unas hipotéticas nuevas tecnologías o a una pericia investigadora de la cual se carece en el momento. En poco tiempo tendremos que gestionar lo que nuestros abuelos lanzaron al mar, cuando ya sabían que este no podía absorberlo. Toneladas de residuos radiactivos, millones de toneladas de armamento relleno o rebozado, da lo mismo, de metales pesados y material químico. Eso sin contar los millones de toneladas de barcos, que la marina alemana hundió en el Atlántico, cargados con el mismo armamento. Y a las puertas de estallar esta bomba de relojería, nos encontramos que tendremos que reconstruir nuestros parques, crear una tupida red de biodiversidad entre los campos de cultivo, repoblar enormes extensiones actualmente áridas, organizar cuerpos de bomberos incluso en Alaska, el norte de Canadá y Siberia, ahora mismo con incendios descontrolados; crear una policía internacional del mar; y reconstruir ciudades enteras con las reglas marcadas por el Green New Deal, cuando ahora mismo y en nuestras ciudades se construye vulnerando la actual reglamentación de la UE o el mismo sentido común (con solo dar una vuelta por l’Hospitalet de Llobregat, la Calcuta europea, es suficiente). Por supuesto, si no somos capaces ni de dar sombra con cuatro árboles a nuestros escolares, ¿cómo podemos exigir o pretender que países como Etiopía, Nigeria o Brasil, obedezcan las directivas del primer mundo?
En la situación política actual, la solución solo puede llegar a través de la creación de grandes plantas de absorción de los gases invernadero, a no ser que creamos en dioses que milagrosamente despierten la mente a los que solo viven de la inmediatez. Y es nuestra responsabilidad y libre decisión que estas plantas o nueva industria sean de propiedad de entes supranacionales, externos a las grandes corporaciones que han propiciado la situación en la que nos encontramos, o que sean ellas las que, con ayudas estatales e internacionales, y a través de la investigación financiada por todos, administren esa industria y puedan medrar aún más.

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