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El mundo que dejará la Covid no será muy distinto del que, a medio
plazo para algunos y a corto para otros, estaba a punto de suceder.
Cabría la posibilidad de una gran conflagración mundial para
evitarlo, aún no sabemos si eso sucederá, esperemos que no por
supuesto, que para lo único que serviría es para crear muerte
y desesperación sin fin.
El sentido común nos dice claramente
que China será y por la Covid ya es, la primera potencia mundial, al
menos económica y tecnológica. Lo poco que le queda por cubrir en
este último aspecto, se lo puede ofrecer Rusia, a quien todos
hacen como si no existiera, pero que temen.
Uno de los grandes errores
geopolíticos de los países que se autodenominan occidentales, ha
sido acorralar a Rusia. No es prudente ni se puede acorralar a un
gigante que posee el 30% de los recursos mundiales y prácticamente
es autosuficiente, eso es un disparate que solo sirve para que el
gigante busque nuevos socios comerciales, que encima tiene cerca.
Europa no puede dar la espalda al gigante, no puede permitirse que
Rusia enfoque su desarrollo tecnológico hacia el temor, es decir
hacia la tecnología y la producción armamentística. Las sociedades
que comercian, producen bienes de consumo y riqueza, de la cual se
aprovecha no solo su población sino la del resto, piensa más en
negocio y bienestar que en defensa. El gigante ruso ha de vivir
seguro, al igual que el chino, sin temor a que otros lo acorralen o
pongan impedimentos al desarrollo de su comercio. Y el ruso, más
que nadie, ha de estar seguro que los ciudadanos que considera suyos,
aunque vivan, trabajen y fiscalicen en otras sociedades, sean
respetados. La sociedad rusa, por ejemplo, no podía permitir que a
los rusos del Donbass y de Crimea, que siempre ha considerado parte
de su ciudadanía, se les prohibiera expresarse, leer y escribir en su idioma, tampoco que
la base de Sebastopol cayera en manos de una alianza que a todas
luces estaba diseñada para arañarle poder, territorio y
ciudadanos.
Europa y el mundo en general harían bien en tratar
al gigante ruso con más respeto y, sobre todo, como a un socio
comercial de primer orden, creando las condiciones necesarias para
que deje de producir armamento y tecnología de defensa, y pase a
producir bienes de consumo.
Nuestro esfuerzo político ha de ir
dirigido a entendernos con las demás sociedades, con el máximo
pragmatismo posible, porque la experiencia y la revolución de la
comunicación nos está demostrando que ni esos países son tan
antidemocráticos y fascistas, como los nuestros tan democráticos y
antifascistas. De hecho existen demasiadas evidencias que demuestran
que en algunos casos, demasiados a veces, se respeta más la libertad individual y la
vida en estas sociedades que en las nuestras. La Covid nos lo está
demostrando cada día y sería un suicidio dar la espalda a esta
realidad.
No hace mucho alguien preguntó por las diferencias
entre China y Europa, del trato que se le ha dado a la pandemia.
Algunos, con un infantilismo rayando en la estupidez, lo achacan a
que es una dictadura.
¿Lo es Nueva Zelanda? ¿Japón?
No seamos infantiles, no es lo mismo ser autoritario que tener autoridad. No es lo mismo una sociedad donde prima el egoísmo individualista que una basada en el enjambre.
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