viernes, 26 de marzo de 2010

DE SONDEOS Y RACISMO

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Inevitable crisis
Gasto farmaceútico

Hoy recordaba mis tristes predicciones en este blog, que no por editarlas tarde, no las había dejado de pensar antes. Y es que eso de dedicarse a la moda hace que se ande más despierto de lo aconsejable para la salud mental.
Los confeccionistas hacía tiempo que sentíamos el desastre; igual que los perros, que no hay terremoto que los pille sin la ropa puesta y la maleta hecha.


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El 24% de los catalanes votaría a un partido xenófobo, el 64% considera que los ayuntamientos no deberían empadronar a inmigrantes ilegales y el 48% está en contra de la inmigración.
¿Sin sentido?
¿Incultura?
Veamos...
El partido xenófobo votado solo quedaría por debajo de CIU, el de la clase media catalana, de una burguesía que descaradamente prefiere votar a corruptos –hoy son pocos los que desconocen que CIU es la fuente de la corrupción en Catalunya- antes que al Tripartit. La excusa, la más habitual, es la falta de liderazgo y el origen de Montilla.
La burguesía catalana, por muy narcisista que sea, por mucho seny que crea tener, todavía precisa un líder, un pico de oro, un tipo que sepa hablar y convencer en cambio de un buen administrador.
Entonces, ¿de dónde se nutre la xenofobia?
Es evidente que de las clases populares, las que conviven con el problema del paro y ven como el inmigrante encuentra trabajo donde ellos no llegan.
Es de suponer que la pregunta está mal planteada y que, probablemente, muchos de los encuestados que están en contra de la inmigración ya votan a CIU o al PP. Y es que ya se sienten cómodos en sus respectivos partidos. Después de todo, en el caso de Vic, CIU ya salió en cerrada defensa de sus concejales; aunque el PSC tampoco hizo ni dijo nada que desentonara demasiado, y prefirió que el efecto de la noticia se disipara con el tiempo.
Los catalanes no se diferencian tanto de sus vecinos del sur de Francia. Y los de su norte, si tuvieran que convivir con el “problema”, seguramente también se apuntarían al carro.
La xenofobia, el temor a lo extraño está presente en la mente de la mayoría, excepto para los que de verdad conviven con el “problema”. El vecino de puerta con puerta, el pequeño empresario que tiene a su cargo uno o dos moritos, sus compañeros de trabajo...
Entonces, ¿a quién le afecta el “problema”.
Al que lo ve demasiado cerca sin estar justo al lado.

-Vendí el piso porque ya no se puede vivir en el barrio. Mi hija sale con amigas...-
Lo dice un amigo muy progre. Y le pregunto: ¿habías tenido algún problema?
-No, nada de eso, pero ya sabes... no me gusta la pinta de esta gente. Mi hija encuentra grupitos en las esquinas y no estoy seguro. A veces cuatro o cinco y la miran...-
Y no me extraña, su hija, de dieciocho, es un bombón y los jóvenes magrebies se emboban como cualquiera.
Es fácil hablar desde el exterior. Yo no sé lo que haría en su lugar. Lo que sí es que mi hija me hubiera partido la cara.
La estadística del ayuntamiento dice que el barrio es tan seguro como cualquiera y que desde hace años no ha habido ningún asalto; todo lo contrario que pasaba antes, cuando estaba poblado por la inmigración nacional.
En el caso de mi hija no habría problema. Habla con todos, se codea con cualquiera y conoce a un montón de moritos de aquel barrio. Por lo pronto ya nos trajo uno como novio, magrebí y punk con cresta incluida, que ya es difícil, al que ahuyentó cuando quiso introducirlo en la biblioteca. Antes que eso, la madre del pobre enamorado me conoció y quiso tranquilizarme...
-Le he dicho a mi hijo que no se le ocurra infligir dolor a María, que no juegue con sus sentimientos-
La miré perplejo. Los musulmanes son muy suyos, pero en algunas cosas no varían mucho de nuestros complejos. Estuve a punto de decirle que a mí el que me preocupaba era su hijo. Y es que María es María, y aunque es muy sentida con sus pupilos, cuando encuentra uno nuevo olvida.

No suelo hablar aquí de lo mío, pero es que hoy lo merecía.

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viernes, 19 de marzo de 2010

DE TRAMPEROS Y LAZARILLOS

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Creas un ente regulador (el banco de España), le dispones los mejores sistemas existentes para hacer su trabajo, legislas adecuadamente para convertirlo en independiente y... zas, consigues la credibilidad internacional suficiente.
¿Quién, en su sano juicio, dudaría del ente regulador español?
Nadie, puesto que el que más y el que menos anda cojo en el asunto, y es el que más credibilidad tiene.

Por lo que parece todo se basa en matemática ficticia para crear confianza y el señuelo es la discreción, y una extremada y formal regulación y seriedad.
Hubiese funcionado si no fuera porque la crisis ha sido global y todos andan tras el poco líquido existente.

El mundo se compone de deudores y acreedores, -los del medio, que son los más felices, no cuentan- y su economía trata de que los segundos crean en la solvencia de los primeros. El problema reside cuando estos no pueden hacer frente a sus deudas y buscan, mediante ingeniería financiera, la solución a sus problemas. Se trata de seguir embaucando. Eso queda mal, mejor decir: seguir enredando la madeja de manera que nadie sepa como encontrar su hilo. Se trata de hacer creer al foráneo que la casa es sólida y existe un fondo que, en caso de apuro, cubriría un posible descalabro. Ahora bien... dado la situación y que el resto no podido mantener la pirámide, nadie sabe a cuánto asciende el susodicho, lo que durará y cuánto hay en caja para responder de ello.

La economía española ha vivido y crecido de lo ficticio y el regulador ha llenado el país de euros contando con eso. Ahora, cuando la burbuja ha estallado, se debería haber echado mano del plan B, pero este ha quedado en desuso antes de haberse podido ejecutar.
No hay mal que por bien no venga. El regulador se ha quedado sin su aparato, por tanto no queda más remedio que hacer frente al desaguisado con las cuentas en la mano, a no ser de hacerse pasar por estúpido e incompetente; algo que nunca debería aceptar, ya que es el único del país que conserva intacto su prestigio.
En suma... que en cambio de seguir haciendo de tramperos y lazarillos, los españoles deberemos arrimar el hombro, estudiar y ser competitivos, ahorrar y perder algunas prebendas; y reconocer que sí, que algunos negocios no han salido como se esperaba, que se ha perdido mucho dinero y que algunos chiringuitos financieros (llámese cajas) deberán cerrar en fallida por su mala cabeza.
Y es que a nadie escapa, que tanto subterfugio y atraso para reconocer la cuantía del descalabro, es porque nadie la conoce ni se atreve a reconocer su despiste.
El regulador no debería avergonzarse, ha hecho bien su trabajo. Ocurre que, en contra de lo que parece y hace creer, no dispone de la información necesaria para dar cumplida respuesta a las preguntas que le hacen tanto dentro como fuera.
El regulador, igual que el ejecutivo, deberían saber que esta crisis habrá de solucionarse por etapas, tan largas como complicadas; y que cada país les hará frente por separado y con soluciones personalizadas.
El regulador y el ejecutivo no deberían esperar que caiga el maná del cielo, que la crisis se disipe por sí sola, que aumente el consumo, ni siquiera para valorar el descalabro.

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