sábado, 23 de septiembre de 2017

CATALUNYA VERSUS ESPAÑA


El negarse el Estado a negociar, decidió a Colau dar el paso definitivo.

Antes de empezar un debate sobre el SI o el NO, creo que se tendría que hablar de algo que todos evitan, de un lado por un falso orgullo y del otro por la negativa de la responsabilidad; y es que actualmente, y seguramente durante muchos años, es más inviable una España sin Catalunya que una Unión Europea sin Francia.

La España actual se ha estructurado alrededor de un sistema económico e impositivo que la convierte en dependiente de unas cuantas regiones, y Catalunya es una de ellas. Para que entendamos la situación, actualmente Catalunya es netamente importadora de productos del resto de España, es decir, que compra más de lo que vende; sin embargo, es netamente exportadora al resto del mundo. Paradójicamente sin Catalunya el PIB español apenas bajaría; sin embargo, la economía española de base no está preparada para exportar bienes de elevada plusvalía, aunque si para consumirlos. Eso no significa que el resto de España no produzca lo suficiente, al contrario, sino que su sistema productivo depende en gran medida de lo que se produce en la periferia.
Sin Catalunya, la administración española tendría que encogerse de manera considerable, principalmente entre el alto funcionariado, lo cual en si no es una mala noticia, dado que es un cambio pendiente y necesario que hasta ahora nadie ha querido afrontar. Este funcionariado, anclado a una mentalidad absolutamente imperialista y centralista, es el que defiende su espacio de influencia, aunque sea sacrificando al mismo estado, de eso que la administración española haya sido tan reacia a aceptar cualquier cambio llegado desde lo que llama periferia.

No es responsabilidad única del castellano el que España esté estructurada de modo tan dependiente. Un país no se construye pensando en la posibilidad de disolverse, por lo que es responsabilidad de todas y cada una de las regiones, parte de su buen funcionamiento. Por supuesto, si una de ellas quiere marchar, nadie puede impedirlo, pero no podrá hacerlo sin una negociación que ha de comportar una buena salida para todos, es decir, que la región que abandone la disciplina administrativa o de Estado, deberá seguir asumiendo su parte de responsabilidad para el buen funcionamiento de cada una de ellas y su conjunto.

En el caso que nos ocupa la situación se complica. La negativa a negociar cualquier salida razonable solo puede llevar a una rotura traumática en la que todos saldrán perdiendo, el catalán no lo percibirá así, ya que para él cualquier sacrificio es bueno para la consecución de su objetivo. No así el castellano, que perderá doblemente, culpando primero al catalán sedicioso y en segundo término a su clase política y militar, que se habrán descubierto inútiles.
El PP valora la situación desde la perspectiva electoral y no de la supervivencia del Estado en si. Para él la pervivencia de su liderazgo va directamente relacionada con la del estado, y la población española, haciendo gala de su típico talante, no duda en premiar y aplaudir la represión autoritaria de la sediciosa región periférica. El conflicto entra así en una dimensión que seguramente pocos habían previsto, el de la población de un país contra la de otro, o al menos parte de ellas. La opresora, que se resiste a dejar de serlo, contra la oprimida, que ha decidido dejarlo de ser cueste lo que cueste.
Y es que el catalán, antes conciliador y hasta complaciente, ha perdido su timidez y su miedo. Ha descubierto o está convencido que por mucho que deba sacrificar, cualquier cosa es mejor que seguir en un estado anclado en el siglo XIX, con una sociedad sin autoestima ni cohesión, dependiente de las eternas ayudas de sus vecinos más ricos, que prefiere ver a sus hijos emigrar antes que entrar en la modernidad.

Una de las grandes excusas de esta pequeña o gran revolución independentista (el tiempo dará su real medida), es la presunción que a partir del día uno de octubre todo será distinto, da lo mismo que haya o no independencia. Y no es así. La independencia es inevitable, en este aspecto ya nada será igual, la relación del resto de España con Catalunya irremediablemente cambiará y con el tiempo se irá disipando, porque sin un cambio tan radical como imposible, la Catalunya que quede será ingobernable desde Madrid, a no ser a través de una constante e insoportable represión que invariablemente la empeorará. Sin embargo, ni para una ni para otra, haya o no independencia, significará un cambio social de envergadura, para España menos todavía, ya que su población todavía se encerrará aún más en su pequeño y depresivo mundo, dando la espalda a cualquier atisbo de cambio. Mientras que en Catalunya seguirá gobernando una oligarquía legitimada por el falso triunfo o fracaso, que tendrá que pagar el precio de la revolución a costa de los servicios públicos y el bienestar futuro de una población tan satisfecha como engañada y subyugada por otros poderes más crueles si cabe.

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