El neoliberalismo no
entiende de patrias ni de fronteras, si no es para aprovecharse de
ellas, y carece de escrúpulos para conseguir su fin. Le da lo mismo
que sean mil, un millón, o cien millones de seres humanos los que
deban ser sacrificados. Para entenderlo solo hay que descubrir dónde
se producen guerras y quiénes las financian, qué países son
catalogados como malditos, aunque nunca hayan amenazado a nadie, si
no es que sean amenazados. Curiosamente solo hay guerra en los países
que no producen armas.
Otros países intentan ser acosados, pero por su tamaño y por su capacidad de resistencia son aparentemente olvidados (curiosamente esos países fabrican armas); no obstante, el sistema los agrede verbalmente de manera permanente o económica, con aranceles o con penalizaciones.
El sistema no puede permitir, especialmente en lo que respecta a la influencia norteamericana, que un país abandone el dólar como divisa de intercambio, ya que sería un mal ejemplo y el inicio de la ruina norteamericana, que arrastra un déficit exterior monstruoso. Los países que osan poner en duda la preponderancia económica del monstruo, cambian de régimen de manera poco ortodoxa, generalmente con golpes de estado o siendo directamente invadidos.
El sistema se vende en formato de democracia absolutamente prostituida y vigilada, alternando el populismo patriotero, los nacionalismos o, si se tercia, el fascismo: Hungría y la actual Ucrania por ejemplo. Lo que el sistema no puede es permitir la subida al poder de un gobierno que pretenda controlar la economía, regulándola a la medida de la necesidad del país sin hacer caso al gran consejo de administración mundial que mueve los hilos.
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Otros países intentan ser acosados, pero por su tamaño y por su capacidad de resistencia son aparentemente olvidados (curiosamente esos países fabrican armas); no obstante, el sistema los agrede verbalmente de manera permanente o económica, con aranceles o con penalizaciones.
El sistema no puede permitir, especialmente en lo que respecta a la influencia norteamericana, que un país abandone el dólar como divisa de intercambio, ya que sería un mal ejemplo y el inicio de la ruina norteamericana, que arrastra un déficit exterior monstruoso. Los países que osan poner en duda la preponderancia económica del monstruo, cambian de régimen de manera poco ortodoxa, generalmente con golpes de estado o siendo directamente invadidos.
El sistema se vende en formato de democracia absolutamente prostituida y vigilada, alternando el populismo patriotero, los nacionalismos o, si se tercia, el fascismo: Hungría y la actual Ucrania por ejemplo. Lo que el sistema no puede es permitir la subida al poder de un gobierno que pretenda controlar la economía, regulándola a la medida de la necesidad del país sin hacer caso al gran consejo de administración mundial que mueve los hilos.
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A la derecha española, la real, no esa que
babea cada vez que uno de sus estúpidos cabecillas habla de patria,
no le importa lo más mínimo la independencia catalana. Sabe
perfectamente que nada cambiará, que todo seguirá su curso aunque
Catalunya se independice. La derecha necesita gobernar, da lo mismo
bajo qué bandera. Es mil veces preferible una Catalunya
independiente gobernada por un mesías seudonacionalista, que una
Catalunya dentro o fuera de España gobernada por un partido
genuinamente socialista, al que acusan de populista y de antisistema.
Es preferible porque el sistema ya se ha repartido el botín, ahora
en forma de agua potable, de los combustibles, de la sanidad, de la
cultura, de la tierra y de la educación; y más
adelante lo hará con el aire, con el mar y con cualquier pequeña
empresa que demuestre independencia económica. El ciudadano no debe
descubrir que en un sistema regulado por él mismo, es decir a través del
Estado, puede vivir con más libertad y comodidad.
Lo que hemos estado viendo estos días, el procesamiento de unos dirigentes, anteriormente despojados del poder por las urnas, elevados al estado de semidioses por una ciudadanía convenientemente azuzada, y vitoreados en una comitiva bien orquestada y organizada, es puro teatro.
Lo que hemos estado viendo estos días, el procesamiento de unos dirigentes, anteriormente despojados del poder por las urnas, elevados al estado de semidioses por una ciudadanía convenientemente azuzada, y vitoreados en una comitiva bien orquestada y organizada, es puro teatro.
Se trata simplemente de elevar al altar político a los
presuntos defensores de su país, los nuevos mártires del
nacionalismo, para mantenerlos en el poder.
Y el gran teatro judicial montado por el gobierno central, es también el medio para enquistarse en el poder, tras haber espantado a una ciudadanía con pocas luces democráticas o ninguna, aparentando una firmeza autoritaria casi de espantapájaros.
Y el gran teatro judicial montado por el gobierno central, es también el medio para enquistarse en el poder, tras haber espantado a una ciudadanía con pocas luces democráticas o ninguna, aparentando una firmeza autoritaria casi de espantapájaros.
Patriotismo es aquello por lo que se defiende el bienestar de sus semejantes. Los patriotas pueden ser del mundo o de su pequeño pueblo, dependiendo de la visión que tengan del mundo, de lo vivido y de lo sentido durante su vida.
El patriota nunca venderá los recursos, la sanidad o la educación de la totalidad de su pueblo, aún menos a una corporación extraña a él.
Nacionalismo es aquello por lo que se defiende la diferencia con el resto del mundo que nos rodea, aunque no la haya. El nacionalista empatiza más con un vecino, con el que solo le une su idioma y cómo viste y come, que con un ser humano de su misma ideología y personalidad, pero de un país lejano.
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