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Al
irme de la plaza, aún con la alegría de mis amigos músicos como
fondo, hice un compendio de todo lo visto y vivido durante esas pocas
horas que, día tras día, el trabajo y la familia me habían
prestado.
Como
era de esperar, no solo había percibido una sensibilidad sino
muchas. Algunas ceñidas a dogmatismos, otras preocupadas por
sentirse partícipes de un grupo; y muchas de individuales, aisladas
de lo que se cocía entre los bastidores de las muchas ideologías
concentradas, apiñadas y demasiadas veces sumidas en el
desconcierto. Había de todo, pero quien
más gobernaba era el dogmatismo, que es
quien grita más y
lo que suele ocurrir cuando nada importa
demasiado, que intentaba por todos los
medios apoderarse del movimiento, principalmente el
de la izquierda más visceral y leninista,
y el nacionalismo excluyente.
Hoy
de todo aquello quedan los residuos, que para mantener viva la llama
han buscado el apoyo de algunas formaciones políticas, las más
afines a un proyecto asambleario, o han creado algunas de nuevas, o
asociaciones cívicas encerradas en sí mismas.
Unos cuantos han creado su nido formando
grupos izquierdistas muy viscerales y leninistas, que promueven una
solución radical que comporta la eliminación de los partidos
políticos; otros han buscado el amparo de partidos asamblearios, de
viejo cuño o
recién formados; y un grupo más transigente, que aspira
a otra manera de gobierno en la que no
caben los partidos políticos, pero reconoce que necesita un período
de transición para poder absorberlos o transformarlos.
Los
partidos políticos no han muerto, sin embargo, con la implantación
de las nuevas herramientas de comunicación y de participación,
tienen los años
contados. La democracia, sea directa o líquida, suplirá los
partidos tal como ahora los conocemos, pero se
necesita tiempo, aún más
en un país como el nuestro. Hasta que
llegue este momento los partidos deben
servir para enriquecer ideológicamente y para organizar todas las
individualidades con el cuidado
de no
absorberlas.
El
futuro es incierto, las sensibilidades se rozan y a veces se
entremezclan y confunden. No existe la suficiente cohesión y, por
contra, reina el desorden y la desconfianza.
En caso que las nuevas formaciones o coaliciones triunfaran electoralmente, fracasarían en su gobierno, cosa que ya se respira antes de haberse formado, y se perdería más de una generación para recrear las condiciones, treinta o cuarenta años. Para las formaciones tradicionales, esas que no consideran la función pública como herramienta para la ciudadanía sino para satisfacer sus deseos ideológicos, eso es agua bendita, volverían con renovadas fuerzas de autoritarismo, mostrando complacencia por la destrucción del asamblearismo.
Momentos antes de editar este artículo estaba hablando con un amigo y compañero pirata, confesándonos mutuamente que si finalmente confluimos, será por la fuerza y sin la suficiente preparación. Gobernar así solo puede tener un mal final, tanto para la ciudadanía como para los que luchamos por su bienestar, de modo que lo mejor que podría pasar es perder, aunque por poco, y quedarnos en la oposición.
Sigo pensando que los gobernantes, que también es extrapolable a la clase política, son el espejo de la ciudadanía. Y nosotros somos parte de esta clase política, tanto si estamos en un partido como fuera de él. Nuestra ciudadanía no está preparada para autogobernarse, primero debe ser adiestrada para ello y convencida que puede hacerlo, que es capaz de empoderarse. Nosotros no somos ajenos a sus carencias y, a la vez, somos incapaces de aceptar el consejo de quien ya ha gobernado.
En caso que las nuevas formaciones o coaliciones triunfaran electoralmente, fracasarían en su gobierno, cosa que ya se respira antes de haberse formado, y se perdería más de una generación para recrear las condiciones, treinta o cuarenta años. Para las formaciones tradicionales, esas que no consideran la función pública como herramienta para la ciudadanía sino para satisfacer sus deseos ideológicos, eso es agua bendita, volverían con renovadas fuerzas de autoritarismo, mostrando complacencia por la destrucción del asamblearismo.
Momentos antes de editar este artículo estaba hablando con un amigo y compañero pirata, confesándonos mutuamente que si finalmente confluimos, será por la fuerza y sin la suficiente preparación. Gobernar así solo puede tener un mal final, tanto para la ciudadanía como para los que luchamos por su bienestar, de modo que lo mejor que podría pasar es perder, aunque por poco, y quedarnos en la oposición.
Sigo pensando que los gobernantes, que también es extrapolable a la clase política, son el espejo de la ciudadanía. Y nosotros somos parte de esta clase política, tanto si estamos en un partido como fuera de él. Nuestra ciudadanía no está preparada para autogobernarse, primero debe ser adiestrada para ello y convencida que puede hacerlo, que es capaz de empoderarse. Nosotros no somos ajenos a sus carencias y, a la vez, somos incapaces de aceptar el consejo de quien ya ha gobernado.
No hay peor idiota que aquel que se cierra en sus ideas, que se cree poseedor de la verdad absoluta.
A
mis compañeros de viaje les diría que
todas las barreras son franqueables, excepto las que uno mismo pone
en su camino.
En
todo caso, gobierne quien gobierne ya nada será como antes, nunca
más podrá hacerse como hasta ahora. Y eso solo tiene un
significado: pase lo que pase el 15M ha cambiado las reglas del
juego.
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I am extremely impressed along with your writing abilities, Thanks for this great share.
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