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Aunque
nos parezca increíble, la mayoría de las sociedades desarrolladas
intentan poner impedimentos a la corrupción, que es el origen del
atraso y de la pobreza de las menos desarrolladas. La mayoría lo
consigue a través de una compleja función pública que la
dificulta, sin embargo, el trato del ciudadano con el Estado se hace
engorroso y hace difícil la detección de lo que pretende combatir.
Finalmente quien termina pagando, tanto a esta función pública como
la corrupción que consigue filtrarse, es el ciudadano,
principalmente el medio y el más débil. El primero con su dinero y
el segundo al no poder recibir las prestaciones para su
supervivencia. La clase poderosa, gracias a pactos entre ella o a
detentar el poder de manera casi exclusiva, consigue romper una
brecha en la función pública, sea con mecanismos hechos a
propósito o leyes diseñadas para esquivar sus responsabilidades.
Pero no
por eso es menos importante la corrupción de bajo nivel, tan
perjudicial como la anterior, primero porque consigue corromper a la
sociedad desde su interior, y segundo porque es masiva.
¿Cómo podemos luchar contra esto?
¿Cómo podemos luchar contra esto?
Solo con
educación, porque, al contrario de lo que explican algunos gurus de
la informática, no existe la herramienta perfecta. Lo único que
podrían conseguir dichos sistemas, siempre y cuando estén bien
diseñados, sería hacer más llevadera la función pública.
No es el
caso. Actualmente entrar en las webs de la administración, para la
mayoría se convierte en un suplicio, una carrera llena de obstáculos
que hace imposible su utilización, primero por la jerga empleada y
segundo por la multitud de variantes y cambios. El resultado es que
el ciudadano medio sin recursos, termine pagando los servicios de un
intermediario, que encima suele equivocarse por lo mismo.
Quizá la
informática haya conseguido, en unos pocos casos, facilitar el
trabajo del ciudadano, pero solo por coincidencia, porque el Estado
no pensaba en él al imponerla sino en limitar la carga de su
funcionariado. Solo la clase más elevada ha podido beneficiarse de
ella, ya que dispone de los recursos suficientes para utilizarla.
Y sí, es
posible que la informática haya conseguido dificultar la corrupción,
pero una vez más solo al ciudadano con menos recursos.
¿Cómo
podemos educar a la ciudadanía, desde su escalón más bajo hasta el
más elevado?
Acostumbrándola
a la transparencia. Y eso si puede conseguirse con las nuevas
tecnologías, principalmente con las de la información.
Es
importante que el ciudadano participe de los presupuestos, pero esto
tampoco lo es todo. Se trata que la administración publique cada
gasto que hace, con sus facturas correspondientes, para que
cualquiera pueda hacer un seguimiento de él. Al principio será
difícil, encontraremos reticencias; con el tiempo el ciudadano se
acostumbrará a entrar y a discutir cualquier gasto, tal como tras un
partido todo el mundo es un buen entrenador, o en una asociación de
vecinos todos tienen un amigo que hace la remodelación más barata.
Pero con los años este mismo ciudadano irá discriminando lo que
escapa a su sabiduría, para concentrarse en lo que verdaderamente
entiende. El jardinero, el carpintero, el distribuidor de
combustible, de automóviles. Cada uno de ellos indagará y se
preocupará por los temas que más le atañen, se preguntará por qué
el contrato de iluminación se lo ha llevado tal o cual, lo
investigará y quizá descubra un error o aprenda una nueva técnica.
La competencia aumentará y con ella la eficiencia y las nuevas ideas,
porque este ciudadano puede tener una solución más práctica y
asequible, entrará en el debate y despertará dudas entre los que ya
estaban dispuestos a aprobarlo.
La
horizontalidad nos habrá llevado a la democracia directa, y la
posterior madurez a la participativa. Sin embargo, es la
transparencia la que nos hará más fuertes y seguros, habrá
conseguido lo más importante, educar a la ciudadanía y evitar que
caiga en el populismo. Un concejal ya no deberá temer por el
resultado de sus actuaciones, porque solo será el administrador de
la voluntad del ciudadano.
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